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Sekoetlane Phamodi


Escrito por Sekoetlane Phamodi, un activista sudafricano que trabaja en las intersecciones de la justicia social, las comunicaciones estratégicas y la ley.
 
"Nuestra principal cualidad, en la resistencia”, me dijo suavemente en el porche de su casa de veraneo en Kensington, mientras compartíamos el primer cigarrillo y el primer café del día, “es la capacidad ilimitada que tenemos para imaginar otro mundo, más allá de todos los esfuerzos del patriarcado para acabar con nosotras”. Mi mejor amiga y yo habíamos pasado la noche en vela, pensando cómo incitar a la gente a repensar el Día del Orgullo Gay en Johanesburgo, caído en descrédito por el fracaso de la primera y más antigua Marcha por el Orgullo de África. Mi amiga ya me había comprometido a cumplir el rol de personal de apoyo para una reunión que oficiaría como lanzamiento del movimiento del Orgullo del Pueblo de Johanesburgo (Johannesburg People’s Pride movement): JPP.  
 
El año anterior, en mi primer participación en el Día del Orgullo, ella y nuestros/as compañeros/as del grupo de Acción directa de One in Nine Campaign habíamos interrumpido pacíficamente la Marcha del Orgullo de Johanesburgo. El desfile, cuyos/as líderes eran drag-queens y gays super musculosos (des)vestidos únicamente de botas y ropa interior, que cada año constituía puntualmente la nota de tapa del Sunday, transcurría en las calles alfombradas de flores de jacarandá de los suburbios “bonitos,  seguros” y predominantemente blancos de Saxonwold, Parkview y Rosebank. Allí, los altos muros ocultaban las residencias señoriales y excesivamente opulentas, rodeadas de expansivos jardines, y repletas de sirvientes/as que las Señoras tratan “como parte de la familia”, salvo que llevan uniforme de tres piezas y tienen el rostro manchado.   
 
La intervención sirvió para dirigir la atención hacia la opresión estructural y cotidiana de otras personas queer que siguen experimentando las consecuencias del cruce entre la supremacía blanca, el capitalismo y la violencia heteropatriarcal a pesar de la afirmación legal de los derechos LGBTI, que supuestamente era lo que motivaba la celebración ese año, al igual que los desfiles del Orgullo anteriores. Lo que hicimos fue solicitar un momento de silencio a fin de reflexionar sobre la crisis de violencia hacia las mujeres, las queer y otras, en Sudáfrica, e interrogarse cómo incidiría nuestra legítima  celebración por tener el ano y la vida des-legisladosa en otras personas queer no tan diferentes de nosotros/as, pero sin el mismo poder y los mismos privilegios que quiénes pudimos participar en el desfile. La respuesta: ataques, racismo blanco y la negativa a participar en un acto político de rebeldía contra los vehículos apolíticos para el pinkwashing (lavado rosa) corporativo y político en el que hemos visto que se han convertido las marchas por el Orgullo en el mundo entero. Hay que ver para creer. 
 
 
El festival empezó, hace 22 años, como una marcha política muy decidida de feministas y activistas queer valientes pero atemorizados/as de todas las razas, clases, identidades de género y orientaciones políticas que reivindicaban su ciudadanía y su derecho a tener una participación visible en la construcción de la nueva democracia. Las personas llevaban bolsas de papel en la cabeza para ocultar su identidad porque en aquel momento, todavía era ilegal ser queer. Sudáfrica vivía la transición de un gobierno opresor cuyas políticas y prácticas se consideran un crimen contra la humanidad – el apartheid –, hacia un gobierno democrático y elegido por la voluntad del pueblo por primera vez. Las instituciones y tecnologías de la opresión colonialista del apartheid se habían disuelto y las personas queer reivindicaban su debido lugar en la mesa de negociaciones.  
 
JPP intentaría hacerlo nuevamente, de alguna forma, luego del vacío que dejó el cierre de la Empresa “sin fines de lucro” del Orgullo de Johanesburgo. Con el apoyo directo  de grupos comunitarios consolidados que defienden el orgullo LGBTI, como Ekurhuleni Pride, Vaal Pride y Soweto Pride – precursor y un poco madre de JPP, cuyas parteras fueron One in Nine Campaign y el Forum for the Empowerment of Women (Foro para el empoderamiento de las mujeres) -, este grupo de trabajo se creó con la tarea de llevar adelante una práctica diferente en el desarrollo de una comunidad y una organización de actividades sobre el orgullo que puedan incorporar las contradicciones que vivimos en nuestra sociedad, aún dividida. Un tipo de práctica que pueda unir protesta y celebración. Una práctica que busque quién falta y averigue por qué, y cómo facilitar su participación directa en la negociación colectiva y la creación de un orgullo que no intente centrar, sino colocar nuestra condición queer en las diversas identidades que ocupamos y negociamos, al igual que los espacios que ocupamos y entre los que nos movemos.   
 

 
Como movimiento principalmente autofinanciado, tuvimos que encontrar formas de establecer procesos consensuados de toma de decisiones, y lograr que las reuniones fueran transparentes, abiertas y activamente participativas a fin de que fuera posible asumir tanto la responsabilidad individual, como la colectiva para compartir deliberadamente y desarrollar mutuamente las capacidades de cada uno/a de nosotros/as y habilitar así un intercambio parejo de trabajo, poder y responsabilidad, asegurando la resiliencia de nuestro movimiento. Muchos/as quisimos crear inmediatamente una serie de sistemas tecnológicos seguros y sofisticados para facilitar  la convocatoria de encuentros y la distribución de información, de modo de “seguir adelante” y organizar la marcha del orgullo. Sin embargo, debido a nuestro deliberado compromiso con un análisis crítico de cómo es que los supuestos sobre movilidad, acceso a los recursos y la información y las tecnologías que los vuelven disponibles mantienen inherentemente fuera del ruedo a las voces críticas, recuperamos la sobriedad rápidamente y nos dimos cuenta de que era imposible. El hecho de tener que permanecer activamente concientes de nuestros supuestos sobre qué era accesible para las personas que integraban el movimiento que intentábamos construir, y qué cosas no eran accesibles, y qué influencia tenía eso sobre su experiencia, nos obligó a enfrentar la directiva obvia, venida del movimiento creciente, de utilizar Facebook y WhatsApp como principales herramientas de organización.  
 
Además de la serie de talleres de meses de duración que también desarrollamos como herramientas de movilización, gracias a los cuales pudimos desarrollar nuestro manifiesto, trasmitimos por internet los encuentros del grupo de trabajo para quienes tuvieran la conexión suficiente de datos como para participar a distancia y no tuvieran facilidad de movimientos, y también fomentamos la participación a distancia mediante de un grupo de chat con moderador/a. Utilizamos nuestra página de Facebook como punto de ingreso para distribuir contenidos y definir el movimiento a imagen y semejanza nuestra a través del diálogo. Coordinamos el movimiento de recursos con dinero móvil y el traslado de personas entre ciudades y provincias mediante grupos de WhatsApp, cuyos miembros lograron acceder a redes increíblemente extensas. Y, al revitalizar el orgullo político que era un lugar tanto de protesta como de celebración, le preguntaron a quienes se unieron al movimiento por qué marcharían en el Johannesburg People’s Pride y otras marchas por el orgullo en comunidades marginadas de Sudáfrica. 
 
 
Durante tres años, el movimiento estuvo en contacto con movimientos comunitarios de personas negras, pobres, gente con capacidades diferentes y personas transx de toda la ciudad y el país para promover una radical redefinición de la organización y participación queer en los debates y decisiones políticas del momento. Desde chivo expiatorio de la xenofobia y la violencia contra las personas negras, hasta las campañas #FeesMustFall y #EndOutsourcing, que prepararon el terreno para la creciente importancia de contar con una internet abierta y segura para las protestas y su mediación, JPP reafirmó claramente que es posible crear una organización queer  intersectorial gracias a la aspiración de llevar a cabo una praxis feminista crítica. 
 
Hace varias semanas, unos años después de haber dejado el colectivo organizador de JPP, mi mejor amiga y yo compartimos uno de nuestros cafés con un cigarrillo. Miro el edificio donde se encuentra su oficina en la línea del horizonte urbano del sur de Johanesburgo desde la ventana de mi dormitorio tratando de hacerla salir al balcón que mira hacia el bosque urbano de los suburbios del norte. Nosotros/as mostrábamos un cínico desconcierto ante el estancamiento - que se volvió récord anual - de la conversación según la cual el orgullo en Johanesburgo no era suficientemente “inclusivo”. Hubo malestar porque la nueva Marcha por el orgullo de Johanesburgo se llevó a cabo en el pueblo elitista de Melrose Arch. “Nos trataron de lesbianas negras enloquecidas que estropeamos el orgullo”, se ríe entre dientes. “Y ahora que las lesbianas negras enloquecidas se fueron, siguen estancados/as en los mismos problemas”, replico yo. “Supongo que así es como ocurren los cambios”, me dice ella, con cierta solemnidad. Y también me recuerda algo que una de nuestras madres feministas solía decir, y es que nuestro deber con nosotras mismas y con los y las demás, como grupo que se mueve en los márgenes, es comunicarnos, tomarnos de las manos y mover el centro hacia la izquierda, junto con nosotras. “Luego de esa interrupción en 2012, y de JPP, ya nadie puede volver a ignorarlo. Nadie puede ignorar que un orgullo que se proclama representativo, o inclusivo, tiene que ser inherentemente político y salir a buscar a todas las personas allí dónde ellas se encuentran”.  
 
Para mí, el mejor regalo de JPP y el movimiento que lo formó y, a la vez, nació de él, fue haber aprendido que, además de su función de mecanizar el cambio que queremos provocar en el mundo colocándonos al servicio de la lucha, crear un movimiento – más allá de las tecnologías utilizadas para ello - es también, necesariamente, la práctica conciente y deliberada de hacer espacio y mantenerlo para encontrarnos colectiva y reflexivamente, y reconocer las interconexiones que hay entre nuestras luchas y nuestras libertades.
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