Author

Florencia Goldsman
Photo credit: GGAADD

¿Por qué las mujeres aún tenemos que denunciar de forma anónima? Porque estamos contando lo que nadie jamás imaginó. ¿Por qué elegimos hacerlo a través de las redes sociales? Porque es el puente más accesible a una gran cantidad de personas (por ahora) ¿Cómo preservar el valor de la confidencialidad en un contexto urgente de escraches a los agresores? Entérense en este artículo!

Estamos haciendo lo que nadie jamás pensó que iba a ocurrir. Nos estamos contando las vivencias, las más crudas. Y creyéndonos. Ahora son otros los que están bajo la lupa, de los que se habla. Nos contamos los secretos mas repugnantes y los ponemos bajo la luz para que todo el mundo sepa con qué tipo de seres hemos estado tratando.

Y escribimos este texto porque, cuando las acusaciones circulan, se hacen preguntas incisivas acerca de nuestras identidades reales o inventadas en internet. Aparece la exigencia del uso de identidades reales, nombres y apellidos tal como aparecen en nuestros documentos, vuelven una y otra vez como olas del mar. Sabemos que las denuncias contra la violencia sexual están lejos de diluirse e internet, sus redes sociales comerciales, son las plazas públicas elegidas para ventilar casos y exigir justicia.

Muchos de los cuestionamientos que aparecieron son en realidad contra-ataques y críticas que reciben fenómenos como el #Metoo y en especial tras los casos #MeTooPeriodistasMexicanos y #MeToomx, que comenzó el pasado 24 de marzo, periodistas mexicanas denunciaron acoso, abuso y violencia a través de redes sociales y se extendió a la ampliación de denuncias por violencia sexual a todas las ciudadanas que se aunaron a contar su caso.

Mexico se suma al #Metoo de Costa Rica que tiene a el ex presidente y premio Nobel de la Paz Óscar Arias con tres denuncias de abuso sexual por parte de mujeres. Una de ellas lo acusó de manera formal ante la justicia. En El Salvador #YoLesCreoAmorales es la llamada para apoyar a la colectiva Amorales Teatro, que esta siendo perseguida penalmente, que denuncia al profesor de ese arte de la Universidad del El Salvador por repetidos acosos a las alumnas. En Guatemala el #MetooMuni denuncia a un director de orquesta empleado por el Estado como un violador serial.

Cuando la ola feminista visibiliza reclamos que no perecen, las redes solidarias y las repercusiones en medios hacen sedimentar también el odio. Las respuestas enojadas, de quienes muchas veces se rasgan las vestiduras, tienen por objetivo desacreditar las voces de las agredidas. Las estrategias del descrédito piden, justamente, papeletas y credenciales, burocracias cumplidas como licencia para dar el grito.

“Cualquiera que haya trabajado con mujeres sobrevivientes de violencia sabe que el anonimato es crítico para su curación y supervivencia. La privacidad le permite a las supervivientes vivir sin temer constantemente que el abusador esté mirando a cada paso. Les permite buscar ayuda y acceder a la justicia para reconstruir sus vidas”, explicaba Anna hace unos cuantos años desde su blog FWD.

Aseveraciones como la anterior son fundamentales en el panorama de las batallas digitales en las que las preguntas sobre la confidencialidad y el anonimato aparecen más como reproches que como medidas estratégicas de cuidado. Resuenan interrogantes que culpabilizan a la mujer. En caso de violación “¿Será que antes de publicarlo hizo la denuncia?” En caso de feminicidio “¿por qué ella seguía con él si era un violento?” Preguntas capciosas, formulas que siguen colocando la responsabilidad en la agredida, inclusive cuando estamos muertas.

Para entender un poco mejor y construir respuestas sólidas ante los ataques veamos que, como dicen las Luchadoras, “el poder enunciar las violencias no es fácil, reconocerse como objeto de abuso y poner nombre y apellido a los agresores es un acto de liberación y valentía”. En este sentido señala Alex Argüelles en una afilada columna para Derechos Digitales, “existe una conversación paralela que mira con descontento la manera en que esta serie de denuncias se ha ido gestionando (de forma orgánica, acéfala, caótica y con toda la validez del doloroso hartazgo de donde surgen estas manifestaciones) argumentando que el anonimato no es más que una herramienta para permitir difamaciones y denuncias falsas”.

Ese rumor paralelo que también se percibió con las campañas#MeToo #MiPrimerAcoso y #YoSiTeCreo considera negativos estos movimientos o levanta el dedo de la indignación. Parece desconocer que un gran porcentaje de mujeres no cuentan con los medios, recursos o posibilidades para acceder a los llamados “procesos correctos de denuncia”.

Aquellos argumentos que sostienen que para creer a las mujeres y niñas violadas tiene que antes pasar por la justicia no toman en cuenta que en países como México se registró un aumento del 85 por ciento de denuncias por violación respecto de 2018 mismo mes del año pasado. Guatemala registra 16 denuncias de violaciones sexuales al día en un contexto de un 97% de impunidad para la resolución de crímenes comunes y en El Salvador, la prensa denunció que los delitos sexuales aumentaron en más de 5,100 casos en 3 años. La justicia está saturada y la impunidad en sus mas altos niveles.

Es en estos contextos donde, en el mejor de los casos, el anonimato es un escudo de protección contra quienes buscan identificar a las víctimas para silenciarlas. Por sobre todo en las plataformas digitales, muchas veces usadas como diarios íntimos/públicos donde revelar verdades personales, se transforman en puentes/interfaces permiten conectar y alimentar estas conversaciones sin arriesgar la integridad (o la seguridad) de quienes encuentran el respaldo para denunciar en primera persona.

 

Le decimos sí al anonimato

Retomemos aquí las ideas fuertes: denunciar desde la confidencialidad es indispensable en un contexto social marcado por una dinámica desigual, una historia social que no privilegia la voz de las mujeres.

Así mismo narrar la propia vida en internet para quien se enfrenta contra la violencia, el racismo, el sexismo o el acoso en los espacios de trabajo, y se sabe vigilada/o, equivale a someterse a la auto-censura o arriesgar la fuente de trabajo o correr el riesgo de ser atacados en sus propias casas (en casos de doxxing: identificar y revelar información privada).

El anonimato nos protege ante los sistemas judiciales que inclusive después de habernos sometido a los “procesos correctos de denuncia” no cree en nuestras pruebas, los argumentos que presentamos, el valor de nuestra propia voz.

El anonimato va de la mano de una recuperación del concepto de privacidad. Vale preguntarse: en este horizonte narcisismo digital ¿tiene sentido hablar de privacidad ? La investigadora argentina Laura Siri Para debatir con mas herramientas Siri reseña el libro “Privacidad Amenazada”, de Helen Nissenbaum, el cual nos ayuda a entender conceptos fundamentales atados a la privacidad:

Por eso cuestionar el anonimato es una argucia de quien se siente acusado/a. El anonimato, los conceptos ligados a la privacidad y la necesidad de cuidar la confidencialidad son nuestros salvavidas en un horizonte que se presenta reaccionario, tanto en la web como en las calles.

Lecturas recomendadas: