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Florencia Goldsman


Este no es un artículo más sobre las CoronApps amontonado junto con las decenas de notas de notas ya publicadas en medios de todo el mundo. Este texto parte de la aseveración de que las mujeres vivimos un continuum de vigilancia sobre nuestros cuerpos y en épocas de crisis sanitaria el control se exacerba. Nuestra circulación por las ciudades no está asegurada. Nos violan o asesinan por el simple hecho de caminar una calle, aunque nos matan también dentro de casa especialmente cuando tenemos que resguardarnos y encargarnos de los cuidados. Observemos entonces, los pros y contras de la implementación de las Corona-Apps desde una perspectiva ciberfeminista e interseccional.
 

Las desigualdades impuestas por el viejo conocido sistema neoliberal se sienten hoy en medio de esta crisis en carne viva. Por eso, aseveramos que las soluciones no pueden centrarse en el tecno-solucionismo: la idea de que la tecnología (digital) tal como la conocemos hoy en su versión comercial exacerbada va solucionar nuestras vidas precarias. Esto significa que las diversas implementaciones tecnológicas enseñadas como soluciones exprés ante las fallas históricas y estructurales que definen nuestros sistemas de salud, de educación, de transporte y apoyo al desarrollo científico, no funcionarán por arte de magia.

Necesitamos situarnos y posicionarnos en el contexto. Hoy más que nunca es adecuado volver a señalar el íntimo vínculo entre la voraz propagación de la agroindustria capitalista y la etiología de las epidemias recientes, señalan Silvia Citro y María Luz Rosa. “Es políticamente necesario reiterarlo, para no olvidarlo: lxs miles de muertxs por las persistentes pestes sociales de la colonialidad, la violencia y la desigualdad capitalista, esos otros muertxs, generalmente pobres y no tan blancos, ya son parte del “paisaje global” del capitalismo… Son muertes naturalizadas, soportables… Esta peste amarilla-blanca trans-clase es nueva, y lxs blancxs no pobres, no la soportamos. He ahí la triste novedad”.

Ante el estupor, la parálisis y el miedo que provoca la catástrofe Covid19 observamos cómo los gobiernos de todo el mundo se apresuraron en buscar en la tecnología una aliada que permita ayudar a frenar la pandemia. Veremos mas adelante que tal y como están diseñadas esas nuevas tecnologías lo que están controlando es a la ciudadanía. Aquí un listado (no exhaustivo) de las aplicaciones de seguimiento del mundo compartido por Sursiendo desde el sur de México nos muestra como para cada territorio se ofrece una Coron-App distinta.

De hecho, lo que queremos dejar claro en este texto es que independientemente de la urgencia que demande el presente, nada justifica el despliegue de nuevas iniciativas sin que antes se sopesen los riesgos o sin que se apliquen las salvaguardias cuando están en juego los derechos fundamentales que recaerán sobre nuestros datos más íntimos. Y ¿adivinan qué? También recaerán sobre nuestros cuerpos.

Solo para comenzar diremos que los riesgos asociados con el uso de esos datos son variados y ya están bien documentados. Hemos visto cómo los datos móviles, metadatos como los datos de localización, se han utilizado para rastrear nuestros usos de espacios públicos, a la vigilancia de nuestros movimientos en las protestas, así como en la persecución de activistas en manifestaciones callejeras.

 

Nociones deseables para el resguardo de nuestra privacidad

En muchos países de Latinoamérica, en especial en Brasil, Ecuador, Guatemala y México, distintas organizaciones e instituciones de la región señalan con preocupación las propuestas gubernamentales de las implementaciones tecnológicas para rastrear la propagación del virus. No existe claridad sobre el uso, limitaciones y medidas de resguardo en el tratamiento de datos personales y sensibles que serán capturados masivamente a través de estas implementaciones.

La periodista especializada en tecnología y sistemas de vigilancia Marta Peirano advierte que “hay que tener mucho cuidado porque muchos gobiernos y muchas empresas están justificando el desarrollo de aplicaciones y el uso de datos que generalmente no están permitidos. Lo están justificando por el éxito de las apps en Asia, pero, primero, no son las mismas aplicaciones y, segundo, las aplicaciones sin el ejercicio previo de los tests solo son invasiones de la intimidad”.

Existen, de cualquier manera, contribuciones que los sistemas de geolocalización y de rastreo (conocidos como contact tracing) que, utilizados de manera ecuánime, podrían colaborar en el seguimiento de la huella de la expansión del virus. Esto solo podría ocurrir acompañado de un reaseguro de desmantelamiento de dicha infraestructura de vigilancia creada para hacer frente a la pandemia de coronavirus una vez que la amenaza haya pasado.

Recientemente Amnistía Internacional y más de 100 organizaciones más emitieron una declaración exigiendo límites a esta clase de vigilancia. Las organizaciones declararon ocho condiciones en los proyectos gubernamentales que están disponibles en Wikipedia orientadas a limitar el alcance de los permisos de este tipo de tecnopolíticas de vigilancia.

 

  • La vigilancia tendría que ser "legal, necesaria y proporcionada";

  • Las extensiones de la vigilancia y el control tendrían que tener cláusulas de extinción;

  • El uso de los datos tendría que limitarse a los fines de COVID-19;

  • La seguridad y el anonimato de los datos tendrían que estar protegidos y demostrarse que están protegidos sobre la base de pruebas;

  • La vigilancia digital tendría que evitar exacerbar la discriminación y la marginación;

  • Cualquier intercambio de datos con terceros tendría que estar definido por la ley;

  • Tendría que haber salvaguardias contra los abusos y los derechos de los ciudadanos a responder a los abusos;

  • Se requeriría una "participación significativa" de todas las "partes interesadas pertinentes", incluida la de los expertos en salud pública y los grupos marginados.

     

La experiencia muestra un problema históricamente conocido relacionado con los usos y abusos que los gobiernos realizan una vez que comienza a usar este tipo de herramientas. El caso de China, por ejemplo. es el extremo de la vigilancia sobre la ciudadanía. Hay que tenerlo en cuenta, por que en su adopción exacerbada de tecnologías de control el gigante asiático optó por una progresiva adopción de técnicas de vigilancia, hábito del que nunca más se desapegó. A decir de Peirano “si después de esta emergencia hay gobiernos que no abandonan la vigilancia ciudadana porque han descubierto que estas aplicaciones resultan mucho más baratas que ejercer otro tipo de control pues es muy probable que la población no se entere”.

¿Cómo funcionan las CoronApps?

Si bien cada app cuenta con sus propias especificidades que varían de país en país, de empresa en empresa, lo principal es que vienen a reemplazar un semana de trabajo de rastreo manual de contactos con instantánea señales transmitidas desde y, las propuestas de administración de los datos, han priorizado dirigirse hacia un servidor central.

Los diagnósticos de virus se comunican a un servidor, permitiendo recomendación de una cuarentena estratificada y un sistema de medidas de distanciamiento en las que ahora se sabe quienes son los posibles contactos, mientras se preserva el anonimato de las personas infectadas. Las pruebas pueden ser solicitadas por personas sintomáticas a través de la aplicación.

Es importante reiterar que las apps han de ser una pieza más de un engranaje que comience por chequeos disponibles para toda la población, acceso a infraestructura sanitaria de calidad y a información epidemiológica confiable orientada a la prevención de enfermedades.

Si bien hay puntos de consenso sobre cómo podrían ayudar positivamente estas aplicaciones, hay dos cuestionamientos vinculados a factores clave: tiempo y distancia relativas a la exposición. No está claro cómo las limitaciones tecnológicas de los cálculos de proximidad del Bluetooth influirán en las decisiones de salud pública para notificar a las personas potencialmente infectadas. Lo mismo pasa con el sistema de localización por GPS que es aún menos preciso que el anterior. ¿Es deseable que estas aplicaciones sean ligeramente hipersensibles y se arriesguen a notificar en exceso a personas que tal vez no hayan estado realmente a menos de 2 metros de un/a usuario/a infectado/a durante el tiempo necesario? ¿O debería la aplicación tener umbrales más altos para que una persona notificada pueda tener más confianza en que realmente estuvo expuesto?

Es muy probable que en días posteriores a la publicación de este post esos obstáculos hayan sido salteados pero en este momento, la revisión bibliográfica nos reitera las incertidumbres respecto de la ecuación distancia entre personas saludables e infectadas. También existen dudas respecto de la extensión en tiempo de exposición para que las predicciones que aporten las tecnologías reduzcan su margen de error.

Por un lado, la naturaleza de la transmisión de Covid-19 sugiere que una aplicación sólo puede proporcionar una información muy “en bruto” de la propagación del virus. Así lo menciona la revista Wired: “si tenemos en cuenta que un teléfono es e capaz de determinar su posición con una precisión entre 7 y 13 metros en áreas urbanas, según un estudio publicado el año pasado, y la precisión puede ser a menudo menos precisa. El virus Covid-19 parece propagarse entre personas que están a unos pocos metros de distancia”.

Por otra parte, sabemos que en muchos países del mundo el acceso a internet, la carga de datos en el teléfono y la posesión de un “smart phone” corresponde con las clases más privilegiadas. El Big Data Institute explica que para que sea efectivo al menos 60% de la población de un país necesitaría participar de este rastreo. Malas noticias: en nuestro horizonte la brecha digital es contante y sonante: en los países menos desarrollados (PMD), por otro lado, solo el 19% de las personas está en línea en 2019 (International Telecommunication Union).

 

Una app para cada COVID

Una buena explicación acerca de cómo una app debería recolectar, mezclar, amasar y luego compartir datos privados se compartió en un cómic traducido colaborativamente a varios idiomas. Mientras tanto, la Electronic Frontier Foundation informa que algunas aplicaciones dependen de una o más autoridades centrales que tienen acceso privilegiado a la información sobre los dispositivos de los usuarios. “Por ejemplo, TraceTogether, desarrollado para el gobierno de Singapur, exige que todos los usuarios compartan su información de contacto con los administradores de la aplicación. En este modelo, la autoridad mantiene una base de datos que asigna los identificadores de la aplicación a la información de contacto. Cuando un usuario da un resultado positivo, su aplicación sube una lista de todos los identificadores con los que ha entrado en contacto en las dos últimas semanas. La autoridad central busca esos identificadores en su base de datos y utiliza los números de teléfono o las direcciones de correo electrónico para comunicarse con otros usuarios que puedan haber estado expuestos. Esto coloca mucha información de los usuarios fuera de su propio control y en manos del gobierno”.

Para la EFF existen otros modelos para los que no existe una una autoridad estoqueando información de contacto real. Por el contrario, la comunidad de usuarias infectadas pueden subir sus registros de contactos a una base de datos central, que almacena identificadores anónimos de todos los que puedan haber estado expuestos. “De esta manera, los dispositivos de los usuarios que no están infectados pueden hacer regularmente ping a la autoridad con sus propios identificadores. La autoridad responde a cada ping con la indicación de si el usuario ha sido expuesto. Con las salvaguardias básicas en su lugar, este modelo podría ser más protector de la privacidad del usuario. Lamentablemente, todavía puede permitir a la autoridad conocer las identidades reales de los usuarios infectados. Con salvaguardas más sofisticadas, como la mezcla criptográfica, el sistema podría ofrecer garantías de privacidad un poco más fuertes”.

“Has estado en contacto con alguien positivo de coronavirus, pide las pruebas y aíslate hasta saber el resultado”. La propuestas de Apple y Google se parecerían a recibir el mensaje anterior. “La idea es la difusión de una lista de claves asociadas a personas infectadas a las personas cercanas con la aplicación. Este modelo deposita menos confianza en una autoridad central, pero crea nuevos usuarios que comparten su estado de infección que deben ser mitigados o aceptados”, apunta EFF.

Por último, hay diseños de aplicaciones que requieren autoridades del sistema de salud, certificando que una persona está infectada antes de que puedan alertar a otros usuarios de la aplicación. Otras propuestas podrían habilitar a sus suscriptoras informar por sí mismas sobre el estado de la infección o los síntomas, pero eso puede dar lugar a un número considerable de falsos positivos, lo que podría reducir la utilidad de la aplicación.

Lo que está en cuestión con estas aplicaciones de rastreo es nuestra autonomía y el uso de nuestros datos más íntimos. ¿De qué manera en países en los que la población históricamente desconfía de las autoridades y de los funcionarios de salud se saldará la contradicción? ¿Qué sucederá en los países en los que se carece de una regulación sobre uso de datos personales?

Por último, tenemos una memoria fresca de la vigilancia siempre presente que se realiza como parte de la explotación comercial de nuestros datos. Facebook, Google y las empresas de análisis de datos han estado acumulando datos de localización durante años, con gran detalle y con fines meramente comerciales.

Sabemos, como explica Marta Peirano, que hay muchas empresas que van a aprovechar este momento que tenemos que salvar vidas para vulnerar nuestra privacidad. En un territorio donde cerca del 77% de la población descree de la honestidad de los procesos electorales, un 85% piensa que la corrupción es un fenómeno generalizado y en torno del 66 % duda del sistema judicial, no vamos a creer que nuestros gobiernos van a respetar con todas las de la ley el resguardo de nuestros datos de salud ¿o sí?

Desde la declaración de los Estados de excepción y las consecuentes cuarentenas impuestas por los Estados se han legitimado de manera más que acelerada las medidas de control cibernético. Estas posibilidades tecnocráticas existían previamente, latían en su germen, aguardaban la oportunidad de aflorar. La más ubicua es el rastreo de movimientos a través teléfonos celulares. Por eso es preciso cuestionarla desde todos los ángulos posibles.

Quizá debamos soñar en tecnologías que no resuelvan conflictos desde la posesión individual del celular de cada una. Quizá podamos crear desde lo colectivo formas de cuidarnos, de gestionar bases de datos con una perspectiva respetuosa de la intimidad, con un enfoque mas ético y transparente en las recopilaciones de datos.

Debemos reflexionar nuevas micropolíticas colaborativas que nos devuelvan la forma de ser y crear tecnologías. Estas pueden ser procedimientos afectivos simples, como entrar en contacto para preguntar a las personas que nos rodean cómo se sienten, desde algo que parece tonto como compartirles un meme para hacerles reír, enseñarles a conectarse a una plataforma VOIP segura y ya no multiplicar una noticia que alimenta el pánico colectivo.

Contactar a eses amigues con quienes podemos crear un programa de radio, acercanos a las colectivas que ya están creando cadenas de ayuda mutua para llevar víveres a la vecindad que la esté necesitando, y/o compartir el jardín o las macetas del balcón para re-crear una huerta de subsistencia. Crear al fin nuevas tecnologías de re-existir . Enfocar, ya no en las soluciones que nos traen las empresas-pulpos del Valle de Silicio o los Estados con sed de control ciudadano, sino observar todas las tecnologías disponibles digitales (y analógicas) que están a nuestro alrededor.


 

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